Mi perro se llamaba Thor,
sí, Thor, como el dios
de la mitología Nórdica.
Porque era como un trueno
cuando se acercaba a saludarme
y al apoyar sus patas en mi pecho
dejaba escapar toda su fuerza.
Thor, vino a este mundo,
o mejor dicho,
a mi mundo,
para cambiarlo.
Caminaba a mi lado
por el campo,
acechaba las gallinas,
corría tras los jaras,
y si veía un ratón,
no descansaba
hasta dejarlo muerto.
Me enseñó
el amor verdadero,
la fildelidad,
la espera,
la felicidad.
Mi perro era fiel
como la ola a la playa,
como la sal al mar,
como la duna al desierto,
como ningún humano
podrá serlo en esta tierra.
Me miraba con ternura
y acercaba su cabeza
a mis manos
pidiendo una caricia.
Su frío hocico
refregaba en mi cara
y con mis regaños,
saltaba de contento
como diciendo:
“Estoy feliz de verte
y no me importa nada”.
!Mi perro ha muerto!
Me dejó triste
sin su mirada tierna,
sin sus malos modales
sin su nariz fría
sin el alegre batido de su cola.
No sé si existirá un cielo
o un infierno para perros,
pero yo estoy segura
de que mi perro,
es un perro-ángel
en algún cielo.
YALI
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